A principios de los años 90 se popularizó el término de Inteligencia emocional gracias al libro de Daniel Goleman, el cual, nos demostró el gran poder que ejercen las emociones sobre nosotros; en lo que somos, lo que hacemos y en cómo nos relacionamos. La inteligencia emocional es la habilidad que desarrollamos para manejar nuestros propios sentimientos, a través de la aceptación, la expresión y el control de las emociones de uno mismo y en las interrelaciones con los demás.
Las personas que consiguen reconocer sus propios sentimientos y los de los demás, tienen más capacidad para manejar correctamente sus relaciones al saber dirigirse con efectividad hacia los demás sin dejar de respetar las propias emociones, sabiendo gestionarlos, controlando los impulsos, venciendo frustraciones y ser capaz de automotivarse sin necesidad de refuerzos externos .
Pero… ¿Cómo podemos favorecer el desarrollo de esta habilidad tan importante y a la vez, tan compleja desde primeros años de vida?
La Psicomotricidad se considera la mejor opción para desarrollar la inteligencia emocional ya que es la disciplina que ofrece una visión holística del individuo ocupándose del cuerpo y el movimiento, en relación con los componentes socio-afectivos y cognoscitivos. Lo que quiere decir, que los niños a través de sus acciones, nos muestran sus deseos de hacer, sentir y comunicarse con el otro.
Los niños no son separan sus sentimientos del movimiento corporal, por lo que cuando descubren algo referente al cuerpo, a sus movimientos, a su autonomía; su estado emocional es crucial – la ilusión por descubrir y la alegría- juegan un papel muy importante para sentirse satisfechos con ellos mismos. Por el contrario, cuando un niño no puede desarrollar su motricidad de forma natural o adecuada, y no ha podido moverse libremente -debido a retrasos psicomotores u otros motivos- suelen presentar emociones negativas como sentimientos de frustración, inseguridad y baja autoestima. Debido a que no han podido disfrutar de su propio cuerpo y adquirir el movimiento como algo natural.
A través de la expresión corporal nos podemos comunicar sin necesidad de tener una verbalización (comunicación no verbal) lo que nos confirma que niños desde edades muy tempranas pueden comunicarse con nosotros y desarrollar su inteligencia emocional. Los pequeños en los primeros años aprenden especialmente a través de las experiencias vividas y las actividades motrices propias que les ofrece su propio entorno: tocan, experimentan, juegan, prueban…Y así, progresivamente van desarrollando su inteligencia porque se van conociendo a ellos mismos, sus capacidades, limitaciones, deseos y por supuesto, también sus emociones.
Gracias al movimiento, los niños van aprendiendo y tomando conciencia de su esquema corporal; cómo es su cuerpo, las simetrías, las posibilidades de acción que ejerce y cómo siente el propio cuerpo cuando lloran, se ríen, juegan y experimentan sin parar. Todo aprendizaje va unido a vivencias emocionales, algunas agradables, otras no tanto, pero que forman parte del día a día del ser humano desde que nacemos hasta la vejez.
Es por ello, que desde la etapa de Educación Infantil, se deben desarrollar programas específicos de PSICOMOTRICIDAD EMOCIONAL, donde el conocimiento de sí mismo y la autonomía personal sea el objetivo primordial en estas edades, haciendo referencia a la búsqueda de la identidad, al conocimiento propio de las fortalezas y debilidades, al descubrimiento continuo del “YO” (tanto en la interacción de uno mismo con sus iguales como en la relación con los adultos) y al control postural a través del juego en psicomotricidad, consiguiendo alcanzar la mayor seguridad en sí mismos (autonomía personal) logrando sentirse plenos y libres.
Tal como nos decía María Montessori (1995) “Cuando un niño se siente seguro de sí mismo, deja de buscar la aprobación de los adultos a cada paso, ya que no se puede ser libre si no se es independiente. Hay que enseñar al niño desde muy temprano a mirar, a observar, a descubrir, a apropiarse de todos lo que los sentidos le puedan suministrar”.
Por lo que la necesidad de ofrecer programas de desarrollo psicomotor, emocional y sensorial en edades tempranas, es esencial para que nuestros niños y futuros adultos, aprendan a relacionarse de forma ASERTIVA Y EMPÁTICA, a través de las sensaciones que les ofrece su propio cuerpo, las percepciones, las emociones, los movimientos, los sentimientos,… Siempre mediante APRENDIZAJES SIGNIFICATIVOS, funcionales y globales.
En definitiva, la psicomotricidad es la disciplina que ofrece las herramientas necesarias para desarrollar las habilidades que ayudan a manejar nuestros propios sentimientos, trabajando de forma implícita la INTELIGENCIA EMOCIONAL y ofreciendo multitud de beneficios no sólo físicos sino también cognitivos, afectivos y sociales, que ayudarán a conseguir mejores aprendizajes escolares y futuros adultos con buena salud mental.